El filósofo Jesús Mosterín es uno de los pocos pensadores actuales que se mueven con rigor y soltura en la frontera entre filosofía, lógica matemática y ciencia empírica. Destacan sus contribuciones a la filosofía de la ciencia, la antropología, la filosofía de la cultura y la teoría de la racionalidad. Nacido en Bilbao y formado en España, Alemania y Estados Unidos, es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC, miembro de la Academia Europea (Londres), del Institut International de Philosophie (París) y de la International Academy of Philosophy of Science, así como Fellow del Center for Philosophy of Science de la Universidad de Pittsburgh. Ha sido Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona, y profesor invitado en universidades de Europa, Asia y América. Entre sus libros recientes figuran La naturaleza humana (2006), Los lógicos (2007), Historia del pensamiento (2006-20012).
“La racionalidad es la estrategia para optimizar la consecución de nuestros objetivos. Este sentido moderno, económico o fuerte de “racionalidad” presupone la capacidad lingüística y la razonabilidad, pero va más allá, incluyendo típicamente procesos de evaluación y optimización. La teoría de la decisión, la teoría de juegos, la teoría económica y la filosofía de la acción usan esta noción de racionalidad.
Los problemas de racionalidad( o de decisión racional) solo se plantean en situaciones con alguna indeterminación, en las que el agente tiene cierto margen de maniobra. En contextos deterministas, en los que no hay nada que decidir o elegir, no se plantean problemas de racionalidad. Para que tenga sentido hablar siquiera de racionalidad se requiere, además de que no todo dé igual, que el agente tenga preferencias u objetivos. En situaciones de indiferencia o frivolidad, en que no hay objetivos que alcanzar ni preferencias que satisfacer, o se plantean problemas de racionalidad. Si salgo a pasear sin rumbo fijo, cualquier camino que siga es tan bueno como cualquier otro y no hay nada que decidir racionalmente. Sin embargo, tan pronto como tenga un objetivo (“quiero ir a la catedral”) o una preferencia (“prefiero pasear por calles tranquilas”), se plantea la cuestión racional de cómo llegar a la catedral o de cómo evitar las calles ruidosas.
Cuando decidimos qué ideas aceptar, hablamos de racionalidad teórica. Cuando decidimos qué cosas hacer, hablamos de racionalidad práctica. Tanto sobre la racionalidad teórica como sobre la práctica se ha desarrollado una teoría formal ( de carácter básicamente matemático y respecto a la cual hay un amplio consenso) y una teoría material( que trata de reducir la infradeterminación de las ideas y acciones por la teoría formal mediante un cierto anclaje en la realidad y una cierta conexión con nuestra naturaleza, y respecto a la cual hay menos consenso).
La racionalidad teórica tiene como objetivo maximizar el alcance y la veracidad de nuestras creencias. Su teoría formal tiene como exigencia básica la consistencia del conjunto de nuestras creencias. Tenemos que estar dispuestos a revisar nuestras creencias cada vez que descubramos en ellas alguna contradicción.
Esto implica la búsqueda de la coherencia, la clausura respecto a consecuencias( el creyente racional ha de aceptar las consecuencias de sus creencias) y la asignación de probabilidades subjetivas a sus creencias de un modo compatible con la teoría de la probabilidad. Por ejemplo, si asignamos la probabilidad 1/3 a p, entonces tenemos que asignar 2/3 a no p.
La noción formal de racionalidad teórica se reduce a la de consistencia lógica, y es compatible con cualesquiera contenidos de creencia, por muy lunáticos que estos puedan ser. (“Si creo que soy Napoleón y que Napoleón nació en Córcega, tengo que creer- por racionalidad formal- que yo nací en Córcega; pero ni soy Napoleón ni nací en Córcega”). Estos constreñimientos son demasiado débiles por sí mismos para caracterizar completamente la racionalidad teórica. De algún modo debemos tocar tierra, de algún modo tenemos que atar ese globo consistente de creencias a la realidad. Dos ataduras materiales que podemos exigir del conjunto de creencias de un agente racional son la atadura a la percepción individual y la atadura a la ciencia (es decir, en encaje con la racionalidad teórica colectiva).
La racionalidad práctica es la estrategia para maximizar la consecución de nuestros objetivos. Su teoría formal es la teoría de la decisión racional, que estudia los tres tipos de decisiones: bajo condiciones de certeza, bajo riesgo y bajo incertidumbre. Las más importantes son las decisiones bajo condiciones de riesgo, en las que el agente tiene que decidir entre un conjunto de acciones alternativas, de cuyas consecuencias no está seguro, aunque se atreve a asignarles probabilidades subjetivas; también suponemos que puede asignar utilidades( es decir, deseabilidades) a las diversas consecuencias posibles. La solución viene dada por la regla de Bayes: actúa de tal modo que maximices tu utilidad esperada. La utilidad esperada de una acción posible es la suma ponderada por la probabilidad de las utilidades de sus diversas consecuencias posibles. La racionalidad práctica bayesiana o formal se reduce a la consistencia, y es compatible con cualquier conducta y sistema coherente de fines, por lunático que este sea. Para que nuestro sistema de fines merezca ser llamado racional en un sentido material hay que atarlo a algo no formal. La atadura más sólida es la que lo liga a nuestro sistema de fines y necesidades biológicamente dados y heredado genéticamente. De hecho, nuestro encéfalo ha llegado evolutivamente a ser lo que es como un utensilio fundamentalmente adaptado a satisfacer nuestras necesidades biológicas.