1.El relativismo moral
El relativismo moral es una doctrina que afirma que los valores morales y los juicios sobre la moral varían de unas sociedades y épocas a otras.
Nada es bueno o malo de manera absoluta. Cada grupo tiene sus propios valores y juzga las conductas en función de ellos. Por tanto, no se pueden valorar las normas ni las acciones individuales o colectivas desde fuera de una determinada sociedad.
A lo largo de la historia de la reflexión sobre la moral, varios autores y corrientes filosóficas han defendido posturas relativistas, aunque entre ellas se observen notables diferencias. Los sofistas, en el siglo V a.C., defendieron que las normas morales son convencionales, fruto de acuerdos adoptados por los miembros de una sociedad. Por otro lado, Spinoza, más allá del relativismo, defendió el subjetivismo: si los valores morales dependen de los deseos y estos son particulares, lo que es bueno para un individuo puede ser malo para otro. Es decir, la moral es un asunto puramente subjetivo. Ya en el siglo XIX, Nietzsche pensaba que era necesario superar las formas antiguas y trasnochadas de la moral e inventar valores nuevos más allá del bien y del mal. Para él, estos valores deben cumplir un único requisito fundamental: favorecer la vida.
2.El emotivismo
La filosofía tradicional había respondido a la pregunta sobre el origen de la moral recurriendo a la razón, a la que se había supuesto capaz de determinar qué conductas están de acuerdo con el orden natural.
D. Hume critica este racionalismo moral partiendo de la siguiente argumentación: los juicios morales nos impulsan a comportarnos en un sentido o en otro, es decir, nos mueven a la acción, mientras que los juicios de la razón no nos llevan a preferir una acción a otra. Hume nos recuerda que el análisis racional solo puede referirse a las relaciones entre ideas- y las matemáticas no nos mueven a obrar en ningún sentido- o a cuestiones de hecho y la moral no se reduce a hechos; no podemos señalar como un hecho el vicio o la virtud, de manera que los juicios morales no pueden tener su fundamento en la razón.
El sentimiento desinteresado que permite la comprensión del otro es lo que Hume denomina simpatía- y hoy conocemos como empatía-, es decir, la capacidad de dejar de lado nuestro propio interés para situarnos en la perspectiva y el interés de otra persona. Esta empatía es lo que fundamenta y hace posible la vida moral. El hombre es- afirma Hume en el Tratado de la naturaleza humana- “la criatura que más ardiente deseo de sociabilidad tiene en el universo […]. No podemos concebir deseo alguno que no tenga referencia a la sociedad. La soledad completa es posiblemente el peor castigo que podamos sufrir”.
La conclusión es que la moral tiene su fundamento en el sentimiento de aprobación o desaprobación que despierta en nosotros “una acción o cualidad mental”, y que para Hume es natural y desinteresado, porque el hombre tiene por naturaleza sentimientos positivos hacia los otros hombres. La moral de Hume puede, por tanto, considerarse:
*Emotivista. Las afirmaciones éticas no son verdaderas o falsas: se limitan a expresar n sentimiento; de ahí que Hume asegure que “no es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo antes que un rasguño en mi dedo”. La elección moral se sitúa fuera de la esfera de la razón, en el terreno de las emociones. Hume acepta que la razón interviene como árbitro en las cuestiones que surgen en la vida moral, pero es el sentimiento el que decide nuestras motivaciones. Por eso Hume afirma que “la razón es, y ha de ser, tan solo esclava de las pasiones, y no puede pretender otra tarea que servirlas y obedecerlas”.
*Utilitarista. La inclinación de la naturaleza hacia el bien proviene de la utilidad para la vida social (aprobamos las cualidades útiles para la comunidad o para el propio individuo). Así se explica la justicia, que no tendría sentido en una sociedad de bienes ilimitados o en caso de que el individuo viviera aislado. Esta inclinación natural se refuerza con el hábito y la educación, que forjan en el individuo la conciencia moral.
Hume considera, por otra parte, que los filósofos que pretenden construir una ética racional caen en la falacia naturalista. La creencia de que lo natural es automáticamente bueno sirve para derivar deberes y valores a partir de descripciones y hechos. Sin embargo, pensadores como Hume consideran que esta forma de razonar es falaz, ya que en su opinión la esfera moral humana no puede reducirse a la esfera material. Por ejemplo, cree que no puede justificarse moralmente la violencia por el hecho de que la agresividad en el ser humano tenga raíces genéticas y naturales.
En conclusión, tal como afirma Hume: “Las percepciones morales no deben clasificarse con las operaciones del entendimiento, sino con los gustos o sentimientos”. Y como añade: “La razón nos instruye sobre las varias tendencias de las acciones, y la humanidad- el sentimiento moral, la empatía- distingue a favor de las que son útiles y beneficiosas”.
3.El cognitivismo moral
Una de las posiciones más extendidas es la que afirma que los enunciados morales son proposiciones. Estas proposiciones tienen por objeto ofrecer descripciones y enunciar estados de cosas -en el caso objetivista- o actitudes proposicionales -en el caso subjetivista-, por lo que son susceptibles de ser verdaderas o falsas, es decir, tiene valor de verdad. Dentro de esta posición encontramos diferentes teorías conocidas como posiciones cognitivistas o descriptivistas, pues presumen describir hechos morales.
La primera distinción entre posiciones cognitivistas que explicaremos es la del objetivismo, que afirma que los enunciados morales como proposiciones son independientes de las actitudes de los agentes, es decir, que hay hechos morales objetivos que existen independientemente de nuestra actitud hacia ellos. Dentro de esta posición hay dos teorías diferentes.
Una de ellas es el realismo moral, el cual afirma que hay por lo menos una proposición moral que es verdadera, y que es referente a ciertas formas de actuar objetivamente correctas con independencia de los agentes, por lo que los enunciados morales son verdaderos en algunos casos. En función del tipo de existencia que consideran que tienen las proposiciones morales podemos distinguir distintos tipos de realismo: realismo naturalista -concibe las proposiciones morales en términos de propiedades naturales-, realismo sobrenaturalista -las concibe en términos de propiedades sobrenaturales- y realismo no-naturalista -las concibe como propiedades no reductibles. (Sayre-McCord, 2017).
La otra teoría es conocida como la teoría del error, formulada por Mackie. Esta teoría es cognoscitivista y antirrealista, ya que sostiene que los enunciados morales expresan una creencia o un juicio susceptible de ser verdadero o falso, pero serán todos falsos debido a que no existen propiedades morales reales.
La otra distinción que encontramos en el cognitivismo es la postura no-objetivista, que sostiene que las proposiciones morales no son independientes de los agentes y están constituidas en parte por su actividad mental. Es decir, el no-objetivismo (o subjetivismo) afirma que existen los hechos morales, pero estos son totalmente dependientes de las actitudes que presentemos frente a ellos. Por lo tanto, la falsedad o verdad de las oraciones morales depende de las prescripciones que aceptemos como punto de partida para determinar nuestro comportamiento (Joyce, 2016).
(Francisco Ríos Pedraza. 1Bachillerato. Filosofía. Editorial Oxford. Madrid. 2022. Roger Corcho Orrit y Alfredo Corcho Asenjo. 1 Bachillerato. Filosofía. Editorial Anaya. Madrid 2022)